En efecto, el envejecimiento del vino es clave para obtener un resultado favorable. Pero lejos de ser un simple añadido, es todo un elemento diferenciador para obtener un producto con personalidad, matizar los aromas y sabores… Y, en definitiva, para lograr un resultado único.
Fases del envejecimiento del vino tradicionales
El envejecimiento del vino es un proceso largo y delicado, que exige tanta paciencia como cariño hacia este producto.
Por lo general, se produce en dos fases tradicionales: la primera, en barrica, llamada ‘oxidativa’ y, la segunda, en el interior de la botella, que se conoce como ‘reductora’. Atendiendo al tiempo que dure una u otra fase, se puede clasificar el vino según su edad:
- Joven. Son aquellos que no han pasado por barrica o, al menos, no lo han hecho durante más de dos años.
- Crianza. Los que han experimentado 24 meses de envejecimiento, de los cuales, al menos 6 en barrica de roble. Esto, en el caso de los tintos, porque los blancos y los rosados pasan a considerarse ‘crianza’ tras un año en la bodega, incluyendo, al menos, 6 meses en barrica de madera.
- Reserva. Estos tintos se han dejado madurar durante al menos 3 años, de los cuales, dos han sido en botella. Pero además, han estado previamente en barrica durante, al menos, 18 meses. Los rosados y los blancos deben permanecer dos años en la bodega y, al menos, 6 meses en barrica, para comercializarse a partir del tercer año.
- Gran Reserva. Con -al menos- 5 años en bodega, incluyendo 17 meses en barrica de roble y el resto en botella, estos vinos tintos logran una matización de aromas y sabores sensacional, así como los blancos y rosados, que responden a 48 meses de envejecimiento, de los cuales, al menos 6 deben ser en barrica.
Aunque las fases tradicionales son las de oxidación y reducción, el proceso de envejecimiento del vino recoge otros muchos métodos y responde a nuevas tendencias que van brotando en el sector. En la mayoría de casos, determinantes sobre el resultado final.
¿De cuántas formas se puede envejecer un vino? Alternativas
Los aromas, el sabor, la textura, la complejidad… Son muchas las características que se ven afectadas por el paso del tiempo. Existe una infinidad de maneras de trabajar este aspecto para esculpir determinadas peculiaridades en la composición del vino. Y por tanto, sus cualidades organolépticas.
Crianza en barrica
Es la forma más tradicional de elaborar un vino. En el caso de los tintos, el receptáculo va cediendo parte de su composición al producto, lo que consigue una serie de aromas especiados, tostados u otros matices particulares. Esto ocurre tanto en barrica como en fudre, es decir, un recipiente de gran capacidad.
El tiempo determina la intensidad de compuestos que se transfiere al vino, pero también la edad del depósito, su tamaño, el tipo de tostado y su porosidad, que afecta al oxígeno del líquido y, por tanto, a los taninos. A mayor porosidad, se logra una mayor madurez y, así, más estabilidad en el caldo.
Crianza en botella
No es imprescindible, pero en muchos casos se deja reposar el vino en su propia botella tras la crianza en barrica, para que continúe evolucionando. En este caso, sin verse alterado por los matices del recipiente de madera. Las condiciones deben ser muy similares a las de la fase anterior: en un lugar fresco, oscuro, a ser posible subterráneo.



